Cuenta la historia de la Nueva España, que Cristóbal Colón fue el primero en ver las sirenas y aunque consideró que no eran como las había imaginado, con el tiempo quedó claro que lo único que vio fueron manatíes.
Tal vez por eso se clasifican como parte de la familia de los sirénidos, relacionados con esa historia mística de mujer-pez que tanto interés ha despertado entre las personas.
Contrario a lo que podría ser una sirena como la que conoces en las películas, los manatíes son robustos, cilíndricos, con una piel gruesa y unos cuantos pelitos esparcidos en el cuerpo. En sus aletas pectorales tienen de 3 a 4 uñas redondeadas como la de los elefantes que son sus parientes más cercanos en la tierra.
Aunque sus huesos son densos, reemplazan toda la vida sus molares que usan para consumir entre 40 y 50 kilos diarios de plantas, con lo que controlan el ecosistema y reciclan los nutrientes a través de sus heces.
Para reproducirse, como un juego de cortejo muy parecido al que usan los perritos, los manatíes se concentran en manadas de 4 a 15 integrantes para seguir a la única hembra del grupo. Durante el proceso es común confundirlos con un juego entre ellos, pero tan pronto como puedan aparearse pasarán 12 meses para que nazca un nuevo integrante.
Las hembras de esta especie pueden tener crías cada 3 o 5 años, que alimentan con una leche de sus glándulas mamarias en las axilas.
En Tabasco viven en ríos y lagunas de donde salen para respirar a veces hasta por 20 minutos cuando se sienten en peligro o necesitan descansar.